HOMBRE DE VERDAD: EL QUE APRENDE A SER PAPÁ

Proverbios 20:6 (Reina-Valera 1960)
Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad,
Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?
No sé tú, pero yo nunca supe bien qué significaba “ser un hombre de verdad”.
Lo escuché muchas veces, en el colegio, en la iglesia, en la calle,
pero nadie me lo explicó con el alma.
Hasta que fui papá.
Papá del corazón.
No le di mi sangre, pero cada día le doy mi alma.
Y ese niño de dos años que corre a mis brazos todos los días, me recuerda que la hombría no se prueba en la fuerza, sino en el amor que uno elige dar.
Ahí empecé a entender que ser un “hombre de verdad” no es tener el control de todo…
sino dejarse transformar por el amor.
Porque no hay nada que te confronte más con tu hombría que tener un hijo en brazos.
Un hijo que te mira sin entender nada… y al mismo tiempo lo está entendiendo todo.
Un hijo que no te pide explicaciones, solo presencia.
Y que, sin decirlo, te está preguntando:
“¿Puedo sentirme seguro contigo… incluso cuando todo se derrumbe?”
1. Ser el mismo en todos lados
Mi hijo no sabe aún qué es la palabra integridad.
Pero sí sabe si papá cumple lo que promete.
Sí sabe si papá grita o escucha.
Sí sabe si papá está presente o ausente, aunque esté en casa.
Y ahí entendí: la integridad no es un discurso, es un espejo.
Y mi hijo lo sostiene todo el tiempo frente a mí.
“Cuando supo que el edicto había sido firmado, Daniel… se arrodillaba tres veces al día, y oraba.” (Daniel 6:10)
Yo quiero que mi hijo crezca viendo eso:
a un hombre que es el mismo en el cuarto de oración, en la sala, en la calle y en la mesa.
No perfecto, pero real.
No duro, pero firme.
No intachable, pero íntegro.
2. Mostrarle que también lloro
Una noche me vio llorar.
Yo creí que lo había hecho en silencio, sin que me notara.
Pero él se acercó y me abrazó.
No dijo nada. Solo me abrazó.
Y entendí que enseñarle a mi hijo a ser hombre incluye enseñarle que también se llora.
Que no hay que esconderse para quebrarse.
Que un corazón roto puede seguir siendo un corazón valiente.
David también lloró.
Y Dios no lo descartó. Lo llamó hombre conforme a su corazón (Hechos 13:22).
Hoy quiero que mi hijo sepa que su papá también necesita a Dios.
Y que eso no lo hace débil.
3. Servir, no imponer
Durante años creí que liderar era tener la razón.
Pero mi hijo no necesita un jefe.
Necesita un papá.
Alguien que se agache, que lo escuche, que lo discipline sin herirlo.
Que no solo le diga qué hacer, sino que se lo muestre con su vida.
“Quien quiera ser el primero… sea el servidor de todos.” (Mateo 20:26)
Yo quiero liderar desde el servicio.
Desde el ejemplo como Jesús.
Porque liderar a mi hijo es pastorear su corazón… no lastimarlo.
4. Buscar a Dios en la rutina
Criar a un hijo pequeño es agotador.
A veces termino el día sin haber abierto mi Biblia,
sin haber orado más allá de un “gracias” susurrado mientras lo duermo.
Y, sin embargo, en esos momentos también me encuentra Dios.
“Cuando el rey oyó las palabras del libro… rasgó sus vestidos.” (2 Reyes 22:11)
A veces yo solo alcanzo a abrir la Biblia y leer uno o dos versículos. Y eso basta.
Porque ahí empiezo a volver.
Hoy sé que mis hijos no solo necesitan un proveedor.
Necesitan un hombre lleno de Dios.
5. Enseñarle lo que yo no aprendí
Yo no crecí con muchas figuras masculinas enseñándome a vivir.
Pero quiero que mis hijos sí tengan eso.
Y no hablo de enseñarles teología o doctrina a los 2 años.
Hablo de enseñarle con mi vida que el perdón es posible,
que el amor se elige,
que pedir ayuda no es vergüenza.
“Encarga a hombres fieles… que enseñen a otros.” (2 Timoteo 2:2)
Quiero formar a mi hijo para que él forme a otros.
Quiero cortar cadenas, no repetirlas.
6. Rodearme de otros hombres
Ser papá puede ser muy solitario.
Más cuando uno quiere hacerlo distinto.
Pero no fui hecho para hacerlo solo.
Necesito otros hombres que me animen cuando me sienta perdido.
Que me digan la verdad, aunque me duela.
Que oren conmigo y por mí.
“Hierro con hierro se aguza…” (Proverbios 27:17)
Quiero que mi hijo vea que su papá no camina solo.
Que se deja acompañar.
Porque eso también es hombría.
7. No rendirme en los días difíciles
Y sí… hay días en que siento que no puedo más.
Días donde dudo si estoy haciendo las cosas bien.
Donde me siento invisible, cansado, frustrado.
Pero entonces lo veo dormir, lo veo sonreír.
Y recuerdo que vale la pena.
“Yo sé que mi Redentor vive…” (Job 19:25)
Dios sigue obrando en mí,
aunque a veces no lo sienta.
Y eso me sostiene.
Hoy sé esto:
Ser hombre de verdad no es tener todas las respuestas.
Es vivir con el corazón dispuesto.
Es mostrar a mis hijos que sigo aprendiendo.
Es reflejarles al Padre del Cielo… mientras intento ser un buen papá.
Si tú también eres padre,
no estás solo.
Dios está contigo.
Y tus hijos, aunque no lo digan, lo están notando.
Feliz día del Padre.
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